El Qutzal símbolo de la
Libertad
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Leyenda del QuetzalLa leyenda del origen del Quetzal, el pájaro de las plumas verdes, verdes… verdes.
Celso A. Lara Figueroa
Los orígenes del
Quetzal
Remotas leyendas mayas aseguran que en la mañana en que los Altos
Señores del Alba y del crepúsculo crearon el mundo americano, los vientos,
soplando en círculos mágicos sobre la cimera de un árbol de guayacán o de
guayaco, condensaron su espíritu, y que enseguida del remolino de las hojas
verde azules, como una flecha, voló el primer quetzal.
Por eso, desde los más
mitológicos tiempos, su augusta belleza está presente en los fastos y
tradiciones del Nuevo Mundo. Admirado de su galanura y señorío, el guatemalteco
maya y mestizo lo hizo vivir en sus leyendas, al lado de sus deidades,
representándolo con mucha frecuencia en sus códices y pictogramas.
En la Nabe Tzy (primera
tradición del Popol Vuh) a la hora en que con toda solemnidad, se hacen las
primeras referencias sobre la creación del mundo el libro sagrado dice Q’uq’
Kumatz, réplica del Quetzalcoatl, es sin duda uno de los dioses creadores que
irradian luz y están “cubiertos por un manto verde” Q’uq’ Kumatz, significa
literalmente “quetzal serpiente”, pero puede traducirse también por “serpiente
con plumas de quetzal” ya que la sílaba q’uq’ significa, tanto quetzal, como
“pluma de quetzal”.
El simbolismo del rayo
solar que establece relaciones mágicas entre el divino plumaje y los ropajes
vegetales con que se cubren cada año sideral las montañas y las llanuras, tiene,
según parece, un sentido creativo. Los dioses del antiguo Quiché visten la capa
verde para presidir la formación y el ordenamiento del universo, y en recuerdo
de ese acto, sus sacerdotes también la visten en las grandes ocasiones
equiparándose por ese ritual, con el refulgente Q’uq’ Kumatz.
El quetzal es adorno y recreo de príncipes soberanos. En la
detallada y muy curiosa descripción que Bernal Díaz del Castillo (1519) hace del
palacio de Moctezuma, al hablar de las aves que en sus jardines se encontraban
cautivas escribe: “Digo que desde águilas reales y otras más pequeñas de otras
muchas maneras de aves de grandes cuerpos, hasta pajaritos muy chicos, pintados
de diversos colores, también donde hacen aquellos ricos plumajes que laboran de
plumas verdes, y las aves de estas plumas, son del cuerpo bellas a manera de las
pecaces que hay en nuestra España, llámense en esta tierra quetzales, y otros
pájaros que tienen la pluma de cinco colores, que es verde, colorado y blanco y
amarillo y azul, estos nore como se llaman”.
Bernal Díaz del Castillo
(1519) recuerda haber visto los puestos de plumas en los mercados, ricas
esplendorosas entre los bordados de huipilli (huipiles) al lado de los canutos
derramando brillos muy cerca de las jícaras o conchas marinas, donde los
artífices y lapidarios indios exponían los zafiros, los cuentos de jade o
serpentina y los innumerables chalchiguites de su comercio.
El alto valor que gozaron
esas plumas en el mundo precolombino los hace artículo tan preciado que algunos
pueblos del sur de México y Centro América las utilizaban como moneda de
trueque.
Según asegura Antonio de
Torquemada, entre los quichés existía una ley que prohibía, bajo pena de muerte,
la destrucción del quetzal, cuyas plumas, como el cacao y las mantas listoniadas
de flores o figuras mitológicas, servían de moneda.
Con intención simbólica,
pues no es imaginable que ave tan huraña como es el Quetzal, descienda sobre el
fragar y el espanto de un campo de batalla, las crónicas de la conquista, tanto
indios como españoles hablan de episodios en que se hace resaltar el valor y el
carácter mágico que los Mayas concedieron a su pájaro tutelar.
Lo que es innegable, es la
bravura del quetzal. Hace varios años un labrador sorprendió a dos aves
luchando en pleno vuelo: Un quetzal y un gavilán. Aunque mucho más pequeño y
débil que su enemigo, el quetzal, tras enconada pelea, logró hacer huir a su
contrincante, cayendo en seguida al suelo mal herido. Admirado por su coraje el
hombre lo recogió, trató de curarlo y días más tarde lo llevó a la capital de la
República, lugar donde pronto murió, casi ciego, pues el ave de rapiña le había
hecho saltar un ojo a picotazos.
Por su valentía y buen
porte, el quetzal es algo más que la viviente representación de la belleza de su
país. Ligado al hombre desde remotos tiempos, es símbolo del ánimo resuelto,
distinción y realeza.
“La silla dorada del rey
indio –dice don Francisco de Fuentes y Guzmán” en la fiesta del volcán, se
adornaba con plumas de quetzal, mientras los indios desnudos y embuyados a
usanza de la gentilidad de sus mayores, se ataviaban únicamente con plumas
varias de guacamayas y pericos.
La arquitectura maya, de
formidable y alucinante geometría, tuvo como es bien sabido, carácter masivo.
Sin embargo, la robustez de sus concepciones a la vez refinadas y simplistas,
generalmente estuvo decorada por anchos paneles en los que la imaginación de la
raza hizo florecer la piedra con figura de hombres animales que se eternizaban
en un clima de fábula. En esos paneles, al lado de los jaguares y los
jeroglíficos, como una obsesión de sin fin belleza, muestran a menudo su
contorno los pétreos quetzales.
Las largas y tornasoladas
plumas de su cola, fueron además, atributo y ornamento de dioses y
semidioses.
La esfinge de
Quetzalcoatl, pastor de tribus, mago blanco y último Señor de la fabulosa
Tollán, según las narraciones toltecas, lleva en su mano el báculo de las
ceremonias y en la otra un manojo de plumas de quetzal, el ave de los ajuares o
señores. Xochiquetzal (bella flor) la diosa de la agricultura y patrona de los
tejedores, era representada por una gallarda mujer con zarcillos de esmeraldas,
un joyel de oro colgando de las narios y la testa adornada por un copilli o
mitra de cuero rojo, del cual salían hacia arriba dos penachos de plumas del
pájaro sagrado.
Por último, Q’uq’
Kulchalkam, en idioma Tzendal, está representado muy a menudo con atavíos de
plumas, en señal cierta de majestad y poderío.
Desde la profundidad de la
verdad histórica
Una de las crónicas
indígenas de la época colonial más importantes, “El Título de la Casa de
Ixquin-Nehaib, señora del territorio de Otzoyá”, cuenta cómo en el siglo XVI, el
Quetzal, Nahual de Tecún Umán, defensor del territorio Quiché, participó en la
defensa de la tierra invadida por los hombres del Viejo Mundo, los Españoles.
Dice textualmente el título: “Y luego vino el Adelantado Don Pedro de Alvarado
con todos sus soldados y entraron por Chuaraal; traían doscientos indios
tlascaltecas y taparon los hoyos y zanjas que habían hecho y pusieron los indios
de Chuaraal, con lo cual los españoles mataron a todos los indios de Chuaraal
que eran por todos tres mil los indios que mataron los españoles; los cuales
traían atados a doscientos indios de Xetulul y más que no mataron de los de
Chuaraal, y los fueron atando a todos y los fueron atormentando a todos para que
les dijeran donde tenían el oro. Y vístose los indios atormentados les dijeron
a los españoles que no les atormentaran más, que allí les tenía mucho oro,
plata, diamantes y esmeraldas que les tenían los capitanes Nehaib Izquín, Nehaib
hecho águila y león. Y luego se dieron a los españoles y se quedaron con ellos,
y este capitán Nehaib convidó a comer a todos los soldados españoles y les
dieron a comer pájaros y huevos de la tierra.
Y luego al otro
día envió un gran capitán llamado Tecun a llamar a los españoles diciéndoles que
estaba muy picado porque le habían matado a tres mil de sus soldados valientes.
Y así que supieron esta nueva los españoles, se levantaron y vieron que traía al
indio capitán Izquin Nehaib consigo y empezaron a pelear los españoles con el
capitán Tecun y el Adelantado le dijo a este capitán Tecun que si quería darse
por paz y por bien, y le respondió el capitán Tecun que no quería, sino que
quería el valor de los españoles. Y luego empezaron a pelear los españoles con
los diez mil indios que traía este capitán Tecun consigo, y no hacían sino
desviarse los unos a los otros, media legua que se apartaban luego se venían a
encontrar; pelearon tres horas y mataron los españoles a muchos indios, no hubo
número de los que mataron, no murió ningún español, sólo los indios de los que
traía el capitán Tecun y corría mucha sangre de todos los indios que mataron los
españoles, y esto sucedió en Pachah. Y luego el capitán Tecun alzó el
vuelo, que venía hecho águila, lleno de plumas que nacían... de sí mismo, no
eran postizas; traía alas que también nacían de su cuerpo y traía tres coronas
puestas, una era de oro, otra de perlas y otra de diamantes y esmeraldas. El
cual capitán Tecun venía de intento a matar al Tunadiú que venía a caballo y le
dio al caballo por darle al Adelantado y le quitó la cabeza al caballo con una
lanza. No era la lanza de hierro sino de espejuelos y por encanto hizo esto
este capitán. Y como vido que no había muerto el Adelantado sino el caballo,
tornó a alzar el vuelo para arriba, para desde allí venir a matar al
Adelantado. Entonces el Adelantado lo aguardó con su lanza y lo atravesó por el
medio a este capitán Tecun.
Luego acudieron
dos perros, no tenían pelo ninguno, eran pelones, cogieron estos perros a este
dicho indio para hacerlo pedazos, y como vido el Adelantado que era muy galán
este indio y que traía estas tres coronas de oro, plata, diamantes y esmeraldas
y de perlas, llegó a defenderlo de los perros, y lo estuvo mirando muy
despacio. Venía lleno de quetzales y plumas muy lindas, que por esto le quedó
el nombre a este pueblo de Quetzaltenango, porque aquí es donde sucedió la
muerte de este capitán Tecun. Y luego llamó el Adelantado a todos sus soldados
a que viniesen a ver la belleza del quetzal indio. Luego dijo el Adelantado a
sus soldados que no había visto otro indio tan galán y tan cacique y tan lleno
de plumas de quetzales y tan lindas, que no había visto en México, ni Tlascala,
ni en ninguna parte de los pueblos que habían conquistado, y por eso dijo el
Adelantado que le quedaba el nombre de Quetzaltenango a este pueblo. Luego se
le quedó por nombre Quetzaltenango a este pueblo.
Y como vieron
los demás indios que habían matado los españoles a su capitán, se fueron
huyendo, y luego el Adelantado Don Pedro de Alvarado, viendo que huían los
soldados de este capitán Tecun, dijo que también ellos habían de morir, y luego
fueron los soldados españoles detrás de los indios y les dieron alcance y a
todos los mataron sin que quedara ninguno. Eran tantos los indios que mataron,
que se hizo un río de sangre, que viene a ser el Olintepeque; por eso le
quedó el nombre de Quiquel, porque toda el agua venía hecha de sangre y
también el día se volvió colorado por la mucha sangre que hubo aquel
día”.
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